miércoles, 3 de noviembre de 2010

Tebeos censurados. Por Manuel Barrero

Hoy 3 de noviembre, se pone a la venta el libro de Vicent Sanchis: “Tebeos Mutilados”, un estudio sobre la censura de los tebeos durante la época franquista. Con motivo de dicho lanzamiento, publicamos un artículo sobre la censura en los tebeos, por el especialista Manuel Barrero, editor de la revista digital Tebeosfera, una web dedicada al estudio de la historieta y el humor gráfico. Esperamos que os guste.

TEBEOS CENSURADOS. CENSURA POLÍTICA, IDEOLÓGICA, MORAL Y AUTOCENSURA DURANTE EL FRANQUISMO.

La censura es un concepto vago, que en su aplicación general conoce todo el mundo pero que en su uso concreto no es tan fácil de identificar. Hace referencia a la modificación que se practica de oficio sobre una obra sin contar con el permiso de su autor y por razones ideológicas o morales.

La censura fue aplicada todas las sociedades desde que vieron la luz las primeras revistas y periódicos, de manera más intensa acaso durante los periodos políticamente convulsos del siglo XIX, en los que el Antiguo Régimen quería perpetuar sus representantes y la burguesía ascendente, civil y laica, aspiraba a obtener su porción de poder en los gobiernos. Las monarquías absolutistas y las dictaduras han sido las que con más dureza han reprendido a los periodistas díscolos y a los dibujantes atrevidos, lo cual ha perdurado hasta la segunda mitad del siglo XX, en cuyos años todavía se mantuvieron en vigor normas de censura que se aplicaban con mayor o menor dureza según el capricho de los ministros del Ministerio de Información y Turismo para el caso de España.

Los tebeos españoles han padecido dos tipos de censura en esencia, la aplicada por el ejército y la aplicada por la iglesia. La aplicada por los militares fue siempre de sesgo político e ideológico y ha estado presente no solamente bajo el gobierno militar del general Francisco Franco, también existió en el principio del siglo XX y durante el periodo republicano, recordemos la Ley de Jurisdicciones y los tapamientos de muslos o de escotes y otros retoques en tebeos anteriores a la guerra civil, si bien en su mayor parte se trataba de censuras que ya estaban en las historietas que se traducían. Durante el franquismo la censura fue ideológica sobre todo en los primeros años de la dura posguerra, pero después se aplicó una censura de corte moral, con mayor intensidad paradójicamente durante el llamado postfranquismo, al final de la dictadura. Tras este tipo de censura estuvo siempre la iglesia católica, perennemente vigilante sobre las publicaciones dirigidas a su feligresía y con enorme interés por controlar la prensa dirigida a la infancia, pues eran los futuros fieles a la par que los ciudadanos más fácilmente maleables.

Estos han sido los agentes de la censura, los “villanos” que solemos escoger en nuestro imaginario para representar la imagen inquisitorial de lo que solemos llamar “censor”. Pero hay otras censuras y otros modos de comprender la censura. Puesto que existe la censura por razones económicas, es decir, la que dicta el mercado y los intereses particulares de empresarios y públicos a los que dirigen sus productos. Y está la autocensura, o la corrección previa (incluso en contra de los principios que uno sostiene), con el fin de evitar enfrentamientos innecesarios con la censura ideológica o moral, o ya ni eso: contra las corrientes imperantes de pensamiento o las modas, eso que se suele llamar “lo políticamente correcto” y que se refiere a lo social. Bajo el gobierno de Franco se dieron todo tipo de censuras, y así el espectro de “culpables” de haber mutilado tebeos se amplía. El cuadro se completa con los educadores que intentaron dirigir el modelo de aprendizaje de los niños, cuya base pedagógica estuvo integrada por religiosos durante décadas. En segundo lugar, con los empresarios que actuaban de acuerdo con los intereses del público incrementando el morbo o acentuando la exaltación de ciertas pasiones, y que se retraían cuando les interesaba comercialmente. Y, en tercer lugar, hubo una masa informe de funcionarios y administradores que obedecían órdenes o que hacían lo posible por contentar a sus jefes, cuyo ejercicio reprobatorio diario, seguramente rutinario y de trámite, fue el que se aplicó sobre los tebeos españoles a la postre.



Varios han sido los que han estudiado el fenómeno de la manipulación de la historieta bajo la dictadura, siendo los más importantes Juan Antonio Ramírez, Salvador Vázquez de Parga, Antonio Martín o Antonio Altarriba, autores que coinciden en señalar la falta de coherencia en la normativa aplicada y su dependencia de los cambios sucesivos del gobierno franquista, ora en manos de militares ora en manos de tecnócratas del Opus Dei. A fin de cuentas, con lo que nos hemos quedado los aficionados a los tebeos ha sido con la anécdota: con la supresión de demonios, brujas y ogros en los cuentos de hadas y en los tebeos para niños, como pasó con Azufrito (1) en El DDT; con la orientación de todos los finales hacia algún sacramento, como el siempre feliz matrimonio; con la celebración de la brutalidad en los tebeos de los cuarenta, caso de Zipi y Zape, y su supresión en la de los sesenta, caso de El Capitán Trueno; con la protección de las suegras (Tula) y los matrimonios (Don Pío); con la vigilancia atentamente puesta sobre la permisividad en los niños o el enaltecimiento de la villanía (hasta en los tebeos de los años setenta), etcétera. Recientemente, el documentalista Adolfo Gracia ha realizado una comparativa muy clarificadora sobre la manipulación de los contenidos de la serie El Jabato (2) en sus fichas para Tebeosfera de la colección Jabato Color.



Hoy conviene reflexionar y hacer una lectura más atenta de la evolución de las normas de censura y de su aplicación. Para contrastarlas con otras normativas aplicadas a otros medios y para intentar saber cómo funcionaban los departamentos destinados a practicar aquellas lecturas previas, quiénes las practicaban y con qué métodos. Luego, habría que tener presente la formación de grupos de presión social, como las agrupaciones de padres de familia o de pedagogos (muy ligados a la iglesia en el caso español), que en EE UU, Reino Unido y Francia tuvieron gran importancia a la hora de endurecer la represión sobre los contenidos dirigidos a los niños. Es decir, Franco y sus ministros no “inventaron” la censura para España, porque por Europa ya acechaban los represores de la moralidad durante los años cuarenta, lo cual impregnó los cuerpos legales españoles. Con todo, la censura se aplicó rígidamente en España más tarde, de hecho hasta la formación del Ministerio de Información y Turismo en 1951 no comenzaron a controlarse efectivamente los contenidos de las publicaciones dirigidas a la infancia. A partir de ahí, hubo un férreo control sobre aspectos ideológicos y religiosos, que atañían sobre todo a la esfera moral, sin preocuparse en absoluto de los arrebatos de ira de los personajes o de las palizas brutales que propinaban a sus semejantes. La “cruzada moral” cambió las tornas y se volvió “cruzada social” a partir de la formación del CIPIJ en los años sesenta (que seguía los pasos a la francesa Commission de surveillance et de contrôle) y de la promulgación de una nueva Ley de Prensa en 1966 (que en cuestiones referidas a la infancia pretendía articular unas normas gratas a los ojos del Vaticano, no lo olvidemos). Ahora ya no interesaba tanto la posible perturbación emocional del niño como la futurible “patología social” que podían provocarle ciertas imágenes. Entonces todo se volvió aún más ridículo, pues los mismos tebeos que habían leído los niños veinte o diez años antes ahora no eran aconsejables pues conducían a la formación de “seres asóciales”. Es decir, que los hombres que estaban pensando en esta nueva modalidad de censura podrían haber sido el producto “asocial” de aquellas lecturas de antaño. Hemos de suponer que estos señores no leyeron tebeos de niños, por fortuna. Y qué alegría (suponemos, claro) que tuvieran la oportunidad de reducir y encarcelar a todos los sociópatas que en buena lógica brotaron en la sociedad española por estas fechas, ya que habían alimentado su alma infantil con las aventuras de El Guerrero del Antifaz, El Cachorro, El inspector Dan, El Capitán Trueno o El Jabato.



El último detalle digno de mención es el de la aplicación efectiva, en la práctica y sobre los tebeos en concreto, de la censura en España. Sobre la base de la historia tal y como nos la contaron hemos compuesto alguna imagen, ciertamente demonizada, de feroces preservadores de la moral. En EE UU pasó con Fredric Wertham, en España ocurrió con Jesús Mª Vázquez, O.P. Pero lo cierto es que hubo muchos editores, e incluso autores, que depuraban su propia oferta más allá de lo que se le hubiera ocurrido a un censor profesional. Y aunque seguro que hubo funcionarios del Movimiento que censuraban agria y cruelmente todo tebeo que llegaba a su mesa, seguro que también hubo funcionarios del Ministerio, censores a los efectos profesionales, que cumplían con su labor tibiamente, aunque pendientes del miedo a ser reprobados si no lo hacían como sus jefes deseaban. Lo que desde luego está por demostrar es que hubiese un grupo cohesionado que trabajaba en diferentes puntos del país instigados por un ánimo vil de purificar el futuro de los niños; los ideólogos han sido generalmente personalidades concretas a lo largo de la historia, es difícil pensar que este caso escapa a la reglas.

De hecho, en la realidad es más probable que la censura no se aplicara jamás sobre los tebeos españoles de forma metódica, porque nunca hubo un cuerpo concreto de normas que fueran de aplicación a los tebeos, pues estos se comprendían globalmente dentro de la prensa o de los libros dirigidos a los niños o a los jóvenes. Además, la decisión de rechazar o autorizar una publicación era labor de unos individuos concretos, que actuaban de forma distinta si operaba en una administración u otra (a un censor local se enviaban los “folletos” y a Madrid si tenía formato de libro). Lo poco que sabemos de estos reprobadores es que lo que unos veían reprobable a otros les daba igual. Hasta tal punto que muchas obras desaconsejadas por la censura salieron a la luz pese a todo, y muchas otras que los censores preferirían haber desautorizado finalmente fueron publicadas si el editor recurría.

Lo triste es comprobar, revisando nuestros tebeos, que no sólo la censura no sirvió para mucho (salvo que alguien demuestre que hoy no somos sicópatas ni perturbados gracias a la labor de la CIPIJ) sino que la aceptamos calladamente durante años, durante décadas. La aceptaron entonces y la aceptamos en el presente: todavía hoy se siguen reeditando tebeos absurdamente censurados que los lectores no rechazan y compran. Organismos públicos e impresores han demostrado que existe la posibilidad de coartar la libertad de expresión hasta ayer mismo; recordemos los casos de El Jueves, Caduca Hoy o el reciente de Retranca. Los editores tampoco parecen interesados por recuperar las historietas originales, aunque es obvio que no es por temor a crear “monstruos sociales”.

Sigue siendo, pues, un tema interesante y abierto al debate el asunto de la censura de los tebeos. Sobre estos procedimientos y el contexto en el que se producían estas actividades durante el franquismo y enfocado sobre los tebeos de la extinta Editorial Bruguera ha investigado recientemente Vicent Sanchis, que ha volcado sus hallazgos y comentarios en un libro titulado Tebeos mutilados que interesará a todos los que les preocupe esta cuestión. Conviene echarle un vistazo para saber un poco más sobre aquellos miedos a pervertir infantes o al expediente si no se censuraban adecuadamente.

Y esperemos que no se detenga aquí este escarbar en el pasado. Ojalá otros nuevos analistas de la historieta, pero también de la historia de la educación, de la psicopedagogía, de la prensa dirigida a los niños o de la transformación del tejido social español, sigan abordando nuevos estudios para ayudarnos a comprender cómo nosotros mismos nos pronosticábamos delincuentes por consumir aventuras.

1. “Azufrito, un personaje de Vázquez para El DDT que tuvo que retirar por no ajustarse a los planteamientos reguladores de las revistas de historietas en los cincuenta.”

2. “La censura sobre El Jabato en sus reediciones resultó hasta paradójica: incluso los elementos de la cristiandad eran retirados para evitar alguna posible confusión en el lector (imagen del tebeo original con las zonas censurables marcadas)".

2 comentarios:

  1. Para comentar la censura en los tebeos españoles es conveniente contextualizarla doblemente:

    A)En el contexto de la censura y de las directrices de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). En toda Europa estos criterios cambian a lo largo del siglo XIX y XX, por lo que se altera en libros y cuentos los efectos maravillosos o mágicos, la parte moral como necesaria (moraleja) o su falta de la misma, el uso del lenguaje, etc. Como los tebeos se consideran dentro de lo infantil, lo fueran o no, es útil comparar con estas directrices y objetivos de las corrientes de la LIJ.

    B)Es preciso comparar con lo que sucedía en el ámbito de los tebeos en varios países en los períodos analizados. Propongo a los países con tradición de historietas: Estados Unidos, Francia, Bélgica, Italia, Argentina. ¿Existían normativas específicas para el comic? ¿Existía la censura? ¿La autocensura? ¿De qué tipo? ¿En qué momento -fecha y contexto sociopolítico y cultural- aparecen?

    Yo añadiría el contexto normativo de la prensa en general. ¿Sólo existía censura en España? ¿Existe hoy en día? ¿Existe o existía en otrs países?

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  2. Que buen reportaje, yo que disfruto leyendo cada nuevo tomo el nuevo y genuíno Trueno Color con el viejo y censurado Trueno Color al lado, ¿os imagináis lo que nos perdemos al no querer editar Ediciones B al Nuevo y Genuíno Jabato Color? Aprovechando el tirón de la serie de TV "Hispania" calcada de Jabato, sería una buena idea editar por lo menos unos cuantos tomos...

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